Todo empieza en una idea, todo empieza en un sueño. Eso le pasó a Orlando Lumbreras. Apasionado del vino y al que al final no le quedó más remedio que meterse a viticultor, normal. Uno se enamora perdidamente varias veces en su vida. Quizás de varias mujeres, o quizás no, aunque esto pueda parecer extraño en un mundo monógamo. Pero a lo que me refiero, es que somos capaces de enamorarnos de cosas un tanto más efímeras. En este caso, de una uva, de un vino y de una tierra. De un sentimiento y una forma de interpretar el vino. Estas cosas quedan grabadas a fuego en el corazón de los apasionados.
Una tierra con una conciencia propia, que se divide en tres provincias y que se une bajo una denominación, Vinos de Gredos. Un origen simulado, pero propio y ya adquirido por una panda de viticultores. Con una identidad única y con unos vinos imposibles de realizar en cualquier otro punto del planeta. Suelos, climas y microclimas, altura y cepas centenarias. Hay que currar la tierra, no hay otra manera de extraer el néctar. Las viñas no están preparadas para la maquinaria moderna. Mulillas, suelos descompuestos, parajes difícilmente accesibles. Y todo esto compone el sabor, la elegancia y singularidad de los vinos de Gredos.
Dentro de Orlando corre sangre que sabe a garnacha. Y sus lágrimas, sudor y saliva son de albillo. Todo esto es algo que sin duda pone en la labranza de sus majuelos. Entrega el alma, y casi la vida por sus viñas, con permiso de la familia, claro. Los ojos le brillan cuando habla de sus niños de cristal. Y a mí, cada vez que me cae un trago en la garganta del elixir, se me retuerce el cuerpo de placer. Me ruborizo al quedarme desnudo de regocijo frente a la mirada de Orlando mientras ratifica su creación.
Dos uvas representativas de un paraje, de una zona, de un sentimiento ancestral. De algo que se respira en las estribaciones de Gredos. Algo que va más allá del comercio de vino que lleva más de 150 años nutriendo para bien y para mal esta comarca. Dos uvas de raza, de carácter, y que aquí se reflejan sin artificios en vinos monovarietales. No lo tienen todo, ni son perfectas. Pero como le pasa a Orlando, poseen alma y corazón de sobra para atesorar personalidad.
Vinos tradicionales, sin “polvos mágicos”. Todo natural. Mucho trabajo en la viña para que el vino quede hecho. Para que cuando llegue a la bodega no sea más que sacar un mosto de calidad y que él solo muestre todo su potencial. Crianzas en barricas usadas de 3er año. Tampoco queremos sabores extras, solo lo que dan los suelos de Gredos. Ante todo mineralidad, fruta y pasión. Y una puesta en escena con etiquetas coquetas pero sin estridencias. Vino para beber y compartir, en definitiva.
A mí por cercanía y por afinidad personal y familiar, siempre me ha atraído esta zona. Descubrí hace años su nueva ola de vinos y viticultores. Y creo que con Orlando se eleva todo ese viaje. Tres vinos de tres zonas muy representativas de la(s) comarca(s). Cada garnacha con su carácter, cada botella con su personalidad. No dejéis de probar, pueden gustar o no, pero son únicos sin duda.
Anakos, 100% Garnacha de Rozas de Puerto Real y Cebreros
Anakos es un vino que refleja perfectamente los vinos de pueblo. Un vino turbio, sin filtrar, pero con el rojo carmesí de la garnacha. Evoca caramelos, piruletas y frutas del bosque. Y entra en la boca potente, con unos taninos jóvenes marcados. Buena acidez, frescura y frutos del bosque y frutos rojos bailando sobre la lengua.
Disfrutón, diferente y estupendo para copear entre amigos, con unas tapas o de chateo. Y con esa acidez, no cansa.
Groove, 100% Garnacha de Cebreros
Serio, contundente, potente. Enorme Groove. Garnacha más calida que las otras dos. Cebreros tiene una insolación y temperaturas mucho más agresivas, sobre todo en el verano. Brillante, granate oscuro. Con una nariz potente, llena de fruta y con unos bálsamicos tremendos. Y en boca es rotundo, enorme, sobresaliente. Acidez, cuerpo, taninos presentes y domados pero no hay molestías, largo. Vinazo.
Comer con este Groove al son de sus revoluciones debe ser una pasada. Carnes o guisos, un buen cocido. Salivo solo de imaginarlo. Es una garnacha potente pero con aires de elegancia tremenda.
Punto G, 100% Garnacha de Navaredondilla
El perfume hecho vino. Sutil y dispar. No existe la homogeneidad que había en Groove, de lo cual me alegro personalmente. Más aristas, más matices, más femenino. Con todas las connotaciones que conlleva. Color aún más brillante, un rojo más poderoso. Una capa más baja. Una fragancia en nariz. Hay que oler este vino para saber lo que dice la montaña. Y como entra en la boca, como acaricia con todo maxificado con respecto a sus dos hermanos. Acidez mucho más afilada, taninos mucho más marcados. El raspón aquí se nota, y que el majuelo está por encima de 1100 metros. Viticultura de montaña en un clima duro.
Para mí un vino vibrante, interesante y potente. Un vino único. Que suerte de tener una botella en casa.
Gracias Orlando, un placer dejarme compartir contigo estas tres joyas. No voy a poder estar a tu altura periodística, espero que me disculpes. He intentado hacer esta entrada, al igual que tú tus vinos, desde el corazón.
También me teneis que disculpar, vosotros los lectores, por no publicar nada durante este tiempo. Compromisos, vacaciones y viajes. Prometo solucionarlo. Tengo en mente otros dos nuevos post, un monográfico de la zona de Gredos para intentar entender mejor sus vinos, y otra sobre un viaje a Italia. Espero que os guste este y los siguientes.
Saludos garnacheros.